No meda pena que me coja un perro
sino la arrastrada que me ponga.
White Rider
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sábado, 12 de marzo de 2011
viernes, 11 de marzo de 2011
Toda buena banda, empieza por un buen cover
Además de ratas, hay niños en el parque.
Yo quisiera como ellos estar bajo la claridad
y correr de un muslo a otro sin previo itinerario.
Pero estoy como las ratas, a la sombra, y cuando muerdo
una rebanada de jícama muerdo una pequeña mariposa blanca.
Por mi pelaje fluye la sangre mineral del bosque.
Los pájaros me ven y levantan el vuelo de un bostezo.
En el agua podrida del estanque las nubes son los restos
de algún incendio recientemente naufragado.
El calor es azul, como el domingo, y una gran gota de sudor
cruza mi vientre recordándome el beso de una joven muerta.
A lo lejos, los nauseabundos muros de Mixcoac
son azotados por el mar.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que estás conmigo.
Pasa un avión tan cerca, que se lleva tus últimas palabras.
Pero aún así la ciudad es un miserable tragafuego
que impide el vuelo de la corolas amarillas.
¿En qué páramos estarás diseminando tus orgasmos?
Me río de quienes pasean a sus amantes y a sus perros
porque yo no tengo perro ni amante que me ladre.
Sudo miles de gotas de calor.
¿Caminaré al anochecer sobre las aguas frescas?
Husmeo entre los caños y me encuentro con una niña
que ha pasado toda su vida a la intemperie.
Busco su mirada perdida y me encuentro con un sueño
que se insola bajo la protección de tu memoria.
Más allá de la línea del horizonte, alguien le venda
el cráneo a la locura.
La libélula escapa de mis labios y eso significa
que ha llegado el momento de macerar la carne de la mosca.
El amor es lo que estos niños felices desconocen.
Lo contrario del amor es una realidad olvidada
en lo más amoroso de nosotros mismos.
Limpio mis uñas y mi rabo en la huella que dejan
los que aman.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que regresaré
a roer las entrañas de los animales domésticos
de la casa de fieras de tu alma.
Pero no.
No regresaré nunca.
Desde mi madriguera veo cómo el sol descubre
los cristales de la tierra y como un pequeño de cabellera
oscura le arranca los ojos a un gorrión.
Francisco Hernández
Yo quisiera como ellos estar bajo la claridad
y correr de un muslo a otro sin previo itinerario.
Pero estoy como las ratas, a la sombra, y cuando muerdo
una rebanada de jícama muerdo una pequeña mariposa blanca.
Por mi pelaje fluye la sangre mineral del bosque.
Los pájaros me ven y levantan el vuelo de un bostezo.
En el agua podrida del estanque las nubes son los restos
de algún incendio recientemente naufragado.
El calor es azul, como el domingo, y una gran gota de sudor
cruza mi vientre recordándome el beso de una joven muerta.
A lo lejos, los nauseabundos muros de Mixcoac
son azotados por el mar.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que estás conmigo.
Pasa un avión tan cerca, que se lleva tus últimas palabras.
Pero aún así la ciudad es un miserable tragafuego
que impide el vuelo de la corolas amarillas.
¿En qué páramos estarás diseminando tus orgasmos?
Me río de quienes pasean a sus amantes y a sus perros
porque yo no tengo perro ni amante que me ladre.
Sudo miles de gotas de calor.
¿Caminaré al anochecer sobre las aguas frescas?
Husmeo entre los caños y me encuentro con una niña
que ha pasado toda su vida a la intemperie.
Busco su mirada perdida y me encuentro con un sueño
que se insola bajo la protección de tu memoria.
Más allá de la línea del horizonte, alguien le venda
el cráneo a la locura.
La libélula escapa de mis labios y eso significa
que ha llegado el momento de macerar la carne de la mosca.
El amor es lo que estos niños felices desconocen.
Lo contrario del amor es una realidad olvidada
en lo más amoroso de nosotros mismos.
Limpio mis uñas y mi rabo en la huella que dejan
los que aman.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que regresaré
a roer las entrañas de los animales domésticos
de la casa de fieras de tu alma.
Pero no.
No regresaré nunca.
Desde mi madriguera veo cómo el sol descubre
los cristales de la tierra y como un pequeño de cabellera
oscura le arranca los ojos a un gorrión.
Francisco Hernández
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